El silencio de las sombras

17.09.2024 – 17.12.2024

Manuel Vilariño & Joan Cardells

Es fascinante cómo el grafito sobre papel y la fotografía en blanco y negro, pese a su aparente oposición, convergen en un punto esencial. Dos extremos que, en lugar de repelerse, se encuentran en un punto secreto, una especie de conspiración estética. Lo intrigante es que ambos operan en el terreno de la ausencia, de lo no dicho, de lo que apenas se insinúa, como si estuvieran escribiendo en una lengua secreta, una escritura hecha de silencio.

Hay una curiosa simetría en la confrontación entre el grafito y la fotografía en blanco y negro, como si ambas formas de arte se reflejaran en un espejo infinito, donde los opuestos no se anulan, sino que se complementan en un enigma esencial: la escritura del silencio, la traducción del vacío.

El grafito de Joan Cardells, ese trazo negro y elemental, no es solo una línea sobre el papel; es una sombra que ha decidido detenerse. Es una línea que, por un capricho del destino, se niega a avanzar, conteniendo en su interior un grito que no se atreve a salir. Hay algo fascinante en ese silencio, en ese rastro oscuro que, en realidad, es la luz en su forma más pura y esencial. Es la sombra detenida en el tiempo, un grito petrificado en la superficie del papel, un eco que persiste en su mudez. Como en los espejos de Borges, es una estela de oscuridad que, en su contradicción, es también la forma más pura de la luz.

Por otro lado, la fotografía de Manuel Vilariño, escritura de la luz en su acepción más literal, captura el instante en que la sombra parece rendirse. La luz se deposita en la superficie sensible, pero lo que verdaderamente se revela es aquello que no está, lo que la luz no alcanza a tocar. Es la paradoja del instante congelado: cuanto más intensas son las zonas iluminadas, más insondable se vuelve el silencio de las sombras. Estas actúan como un espejo que refleja el momento en que la negrura parece ceder ante la luz. Pero lo que realmente captura no es la luz, sino la sombra, lo que queda fuera del alcance de la luz. Y es ahí, en esa paradoja del instante detenido, donde la fotografía se convierte en una trampa luminosa que atrapa lo invisible, lo que permanece fuera del foco.

 

Hay algo casi mágico en estas obras, en esas figuras que apenas se esbozan en un trazo o en esa luz que, al desbordarse, deja tras de sí una sombra inquebrantable. Es en ese espacio intermedio, en esa tierra de nadie donde la sombra y la luz se entrecruzan, donde la obra de Cardells y Vilariño se encuentra y dialoga sin palabras, en un lenguaje hecho de ausencias, de vacíos que, de pronto, se transforman en presencias.

El dibujo con grafito y la fotografía son, en el fondo, dos formas de escribir sobre la nada. Cardells deposita una sombra; Vilariño atrapa una luz. Pero ambos esculpen y modelan ese vacío que, en su propia negación, se convierte en algo tangible, casi palpable. Es un juego, un artificio que, en su simplicidad, esconde una complejidad infinita.

 

El dibujo de sombras de Cardells se adentra en la penumbra para buscar una verdad que no se puede ver a plena luz del día. La ausencia de color es una estrategia, un truco para dirigir la atención hacia lo que realmente importa: la estructura, la forma, ese esqueleto de sombras que da cuerpo a la realidad. En esa penumbra, en esa zona de grises, Cardells encuentra un lenguaje propio, un lenguaje que habla con silencios, con sugerencias que tienen más peso que cualquier afirmación rotunda.

 

Vilariño, con su fotografía, hace algo similar, pero en sentido inverso. Toma la luz, esa luz que todo lo revela, y la usa para esconder, para envolver lo visible en una capa de misterio. Sus imágenes, llenas de una serenidad que parece venida de otro mundo, surgen como fantasmas de la penumbra, no para asustar, sino para invitar a un estado de contemplación, de reflexión.

 

Cardells y Vilariño, en este juego de sombras y luces, nos llevan a un terreno donde la realidad se vuelve ambigua, donde lo que importa no es lo que se muestra, sino lo que se insinúa, lo que queda fuera de cuadro. «El silencio de las sombras» es, entonces, más que un título, una especie de declaración de principios. Un tributo a la fragilidad, a la sutileza, a esa belleza que solo puede existir en la sombra, en lo no dicho, en lo que queda por descubrir o, tal vez, nunca se revele.

 

Organizan 𝟭𝟴|𝟱𝟮 𝗕𝗶𝗼𝗵𝘂𝗯 𝗟𝗶𝗳𝗲 𝗦𝗰𝗶𝗲𝗻𝗰𝗲 𝗔𝗿𝘁 𝗖𝗼𝗹𝗹𝗲𝗰𝘁𝗶𝗼𝗻 y Jorge López Galería

Scroll al inicio